miércoles, 28 de octubre de 2009

Amanecía borracho, jugando frente al mar a contar los segundos que el viento tardaba en consumir los cigarros del recuerdo. Miraba al frente, a África dónde se imaginaba en una vida más tranquila, quizás más pendiente de ayudar a un amigo a terminar el tejado de ramas secas de su casa que de realizar aquel estudio microsocial que de poco iba a servir al mundo en general y a él en particular - Influencia en el municipio de Abona de la diferencia horaria respecto a la península -. El temita se las traía en cuanto a lo absurdo e inútil del título así como en la irrelevancia de semejante estudio, pero lo que realmente le frustraba era el relleno de hojas que necesitaría para justificar un - Ninguna -, obvio desde el principio. Aunque en realidad no era eso lo que más le inquietaba cuando llegaba el alba y el mar se volvía magenta, violeta, burdeos, celeste y el cielo daba vida a los primeros rastros de aviones sin destino capaces de romper la monotoneidad de cualquier sólida mañana despejada. Se apoderaba de la sutil levedad de las nubes y absorbía su deseo de moverse, de no estar quieto, de no tener destino, cambiar de dirección y volver, o correr y alejarse para siempre llorando o arrasando todo a su paso, pero alejarse al fin y al cabo, fundido con los vientos para seguir vivo o al menos, morir lejos. Eso le aterraba, morir lejos y solo después de haber recorrido el mundo de norte a sur, no para buscar a alguien, sino para olvidarlo, para olvidarla. El miedo a morir vencido por el proyecto de una vida que ya no dejaba tiempo para enderezarse. Quemaba el sol con el fuego del mechero mientras con un ojo cerrado y otro abierto, prendía unos cinco minutos más de combustión existencial. El gas se perdía ardiendo los deseos y sentía como la brisa traía el olor a nada que tiene la mañana, lejos del perfume de la noche, profundamente contaminado por los sucesos del día. Al final pasaba muchos domingos madrugando, levantándose a las seis a beber un whisky doble e ir a sentarse a la playa a fumarse unos poemas y esnifar unas canciones. Era una vida sana, al menos culturalmente hablando.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Bienvenido al reino de los cielos...

...donde te despiertan con un beso y el desayuno llega a la cama, acompañado por un periódico calentito y una mañana de desidia. Bienvenido acá, donde la gente te ayuda con las bolsas de la compra y los gritos no existen; sólo susurros al oído, leves voces que te dicen que existes. Nadie se retrasa o todos llegan al mismo tiempo tarde, que más da, no importa, nada importa en el reino de los cielos donde gobierna la calma y el sol se pone sólo cuando termina el día. No antes, como pasó ayer. Hay un sitio para aparcar el coche cerca de la oficina, el teléfono está sin cobertura, internet no funciona, y la mañana de trabajo pasa desapercibida por el doble arcoiris que se ve al fondo, donde llueve. Cerveza fría, ducha caliente, sopa templada. El sabado, viaje. El domingo, resaca. Entre medias, saber quien era de verdad Ernest Andrei Friedmann o leer a ese gran músico e ingeniero que escribió La espuma de los días. Bienvenido al reino donde no existen transformadores, convertidores estáticos de frecuencia ni paneles de control del generador. Bienvenido al cielo de los dominicanos, donde dos perros te reciben a la puerta babeando, y no San Pedro con sus llaves que seguro no son ni originales, pues Jesús no se fiaba de nadie y les daba a todos copias, que no siempre funcionaban. Bienvenido al cielo de verdad, dónde el presente gobierna y los recuerdos permanecen en la memoria como si todo hubiese ocurrido minutos atrás. Aquí, no existe el olvido. En el otro lado, allá donde yo estoy, acabo de recordar que el sábado es tu cumpleaños, tantas veces olvidado cuando vivía, y sin embargo ahora, desde el reino de las sombras, no hago más que pensar que no podemos seguir creciendo juntos porque uno de los dos ya no esta, y no consigo saber si eres tú o soy yo quien falta.

miércoles, 29 de julio de 2009

Just only music...

Me encantan las mañanas de verano en que el sol se despierta prolongando las sombras sobre las paredes, la habitación huele a cafe, no hace frío y entre las sábanas, arrugada, aparece ella disfrazada de una novela interminablemente deliciosa. Neverending story. El tiempo se detiene y uno se pregunta cuando volverán las nubes otra vez para destruirlo, con lo delicioso que se vuelve todo cuando eres tu quien puede hacer desaparecer, o aparecer, o dejar las cosas simplemente como estaban. Mermelada de fresa en el bote y zumo de naranja en el brick, o simplemente un vaso limpio dentro de un fregadero vacío. I'm a complete mess, really. La ducha decide no joderme la mañana con un cambio inesperado de la temperatura del agua (odio congelarme y/o escaldarme y/o viceversa), la sensación de una toalla seca, o el simple sonido del spray indicando que aún queda desodorante en el bote. I'm a complete mess, really. Supongo que no me gusta que las cosas se terminen sin poderme anticipar a su fin, unexpected, y también supongo que me gusta que empiecen sin tiempo para pensar que es lo que deseo que empiece. Suddenly. That's why i love start up the car and the radio is dancing alone, just in the same frequency than yesterday when i stopped it, after came back from die kraftwerk. Me sorprende a las siete de la mañana, camino de Plattling, con los primeros acordes de una Silbermond, de Jarvis, de Marley o del gran Dylan que levanta el día aunque la posición del limpiaparabrisas marque el tres. La música se folla las mentes, que diría el otro Dante, las seduce, cambia el ánimo, es como una corriente de electrones cruzando de oreja a oreja o un desfibrilador natural que acelera el ritmo cardiaco, o lo pausa jugando a su antojo con las pulsaciones, 130, you my, 140, brown eye girl, 150...remember when, we used to sing, Sha la la la la la la la la la la te da. Por eso yo follo con música... si me dejan.

miércoles, 8 de julio de 2009

La mañana del siete Ian debía haber pilotado el Martin B-26 Marauder según se había planificado. Pero no había siete hombres disponibles porque lo realmente importante de la misión era disponer de cuantos B-17 como fuera posible para atacar directamente a las fábricas de Schweinfurt y Regensburg. Por ello se mando armar hasta los topes el Douglas A-20 Havoc, en el que llevaría sólo dos compañeros. Ese cambio era algo que Ián no conocía, aunque de haberlo sabido tampoco le hubiese importado porque era consciente de que con ninguno de los dos podría hacer algo contra una inesperada visita de los potentes cazas Me 262A-1 de la Luftwaffe. Impulsados por potentes Jumo y armados con cañones Rheinmettall de 30mm, capaces de coger 855km/h, podían enfrentarse a cualquier tipo de avión del arsenal aliado de la época. Precisamente ( y esto lo intuía Ian ), el objetivo de la Juggler era una de sus fábricas, lo que hacía determinante el factor sorpresa. De lo que no tenía la menor idea es, que aquel sería el único caza de la operación, que saldría al frente, y que su objetivo era definitivamente muy opuesto al que pensaba. [...]

Nunca había estado de acuerdo con todas aquellas formas de agrupar a las personas por un lazo en común, sin tener en cuenta los miles de ellos que las diferenciaban. Sin embargo ellos, el mundo, pensaba (y valga por esta vez la generalización), se empeñaban en empaquetar personas como galletas, en cajas con distintos sabores, formas e ingredientes, sin darse cuenta que la gente no es en sí un trozo de trigo, glucosa y chocolate que permanece inmóvil hasta que alguien la engulle y desaparece. Los seres son mentes más que cuerpos, se mueven sin necesidad de desplazarse, cambian de sabor y de costumbres, a veces vencen la rutina y son capaces de experimentar entre ellos ciertos rasgos de una simbiosis que termina en amor. Nunca se da al contrario, el amor no es suficiente para unir a dos personas. Las mentes escupen sobre los grupos. Las mentes son, como le había leído a Gidè, individualistas. Por eso él huía de todos esos generalismos y no veía relación sustancial entre individuos de la misma raza, de la misma religión o del mismo colectivo, no creía en la fuerza de la unión de una Brigada o una División para vencer, porque realmente no creía en la existencia de un ejercito contrario al que vencer, al que disparar sin saber muy bien porqué. Por eso trataba de entender a cada persona como la única muestra de sí mismo, como un ser irrepetible, como su propio yo. Valoraba por encima de cada nación a sus ciudadanos, y seguía dando vueltas en la cama pensando que hacía allí una persona que no creía en la palabra “País”, y que odiaba eso que a los políticos tanto les gustaba decir: - “Somos...” -, - “Nosotros...” -.

jueves, 11 de junio de 2009

Podría empezar también así

Cuando aquel hombre uniformado le describió bajo la lluvia el cometido de la misión, sólo pudo cerrar los ojos, tomar aire y ver pasar en un instante todo cuanto pudo recordar había ocurrido en su vida, porque sintió que aquello era de algún modo el final de ella y como si cayese al vacío arrojado desde el fin del mundo pero viendo siempre a este bajo sus pies esperándo para aniquilarlo, trató de amarrarse a los recuerdos pero se deslizó sobre ellos y continuó desplomándose sintiendo como el miedo le rozaba la piel y el desaliento ocupaba por completo el espacio que el aire dejaba libre en sus pulmones mientras él se desinflaba invadido por el silencio del terror y de la duda[...].

Desobedecer aquella orden, sabía que significaría su expulsión irrevocable del ejercito, ser tratado como un desertor y poner en tela de juicio su patriotismo, lo cual era en su país algo mucho peor que la muerte en combate, siempre llena de medallas y banderas, de flores y de himnos, de desconsoladas madres apoyando a otras que ahora habían dejado también de serlo. Guionistas de argutorio lanzando al aire sus consignas de “que pena, con lo joven que era” o “que injusto, siempre se van los mejores” o “pobre familia, no se si se recuperarán, tiene que pasar el tiempo”. “El tiempo”, Negra mentira oculta tras el duelo, cínico amparo que invade al desconsuelo...

El tiempo no cura, es sólo es una goma de borrar, la herramienta que el olvido usa para ocultar las marcas del pasado.

Obedecerla, trataba de convencerse, era condenarse a recordarla cada día. Obedecerla significaba formar parte de ella el resto de su vida.



lunes, 18 de mayo de 2009

Había logrado llegar a dedo al pueblo y aún le quedaban unos cuatro kilómetros de subida. La fina lluvia no molestaba, pero las gotas se iban acumulando en las gafas y deslizaban por su mejilla disfrazadas de lágrimas, buscando el suelo para perderse en el asfalto empapado. La campiña era pura primavera y doblar cada rampa era ofrecer a los ojos alfombras verdes infinitas, interrumpidas por filas desordenadas de troncos ocultos bajo tupidas matas de ramas colgantes, parterres divididos por hileras de rocas de una cantera cercana (ahora ya casi olvidada) y algunos tejados de pizarra. A mi espalda siempre, el Danubio.

La pared de piedra, asomaba al frente como la muralla de un castillo, fría e imponente, inquebrantable por el paso del tiempo y, absorviendo todos los rayos de luz, envuelta en un ligera oscuridad, como flotando sobre una de esas bajas nieblas londinenses. La entrada se veía, tal como la recordaba de aquella foto que le había llevado hasta allá, dos torres de roca a cada lado no muy altas, bastante anchas y cuadradas, unidas entre sí por una balconada. Formaba el conjunto una “H” con la puerta en el centro completamente blindada, sellada entre las dos torres, cada una de ellas con cristaleras en la parte superior cubriendo todo el contorno y permitiendo controlar lo que ocurría en cualquier dirección. Un tejadito metálico que de algún modo recordaban a una estructura oriental, las cerraba. Quizás no sólo el símbolo fue extraído de esta cultura.

El haber llegado temprano me permite verlo lejos de la avalancha de turistas morbosos, que van directos a la cámara de gas y los crematorios, tomán la foto, y se van. El silencio inunda los barracones a ambos lados del amplio pavimento central, y se pierde al final herido por cinco lineas de hierros herrumbrosos y afilados. Arrest-Gebäude, ciclón B y ladrillos de cerámica. El calor se pega al cuerpo como el plástico quemado a la piel. 1230, judío, 2435, homosexual, 4123 republicano. La verdad es siempre cruel aunque estés preparado para ella. Wilhelm Schulz, Poland, 1906-1941. Miguel Alcubierre, 4218, muerto en 24-3-1941 , de su hijo José, 4100. Muchos murieron defendiendo sus ideas, otros no pudieron tan siquiera defenderlas. A ambos.


Mauthausen (mayo 09)

martes, 12 de mayo de 2009

Sin ganas de escribir...

Tenía varias cosas preparadas para ir metiendo en el blog, entre ellas algo nuevo, una idea de entrega en pequeños capítulos en los que K tendrá mucho que decir, acompañadas de la ya tradicional fotografía. Quizás iba a empezar hoy, quizás no, no lo sabía. Pero ahora está claro que no, porque lo único que me apetece es sentarme en Bâle, Bassel, Basilea, o como quieran llamarlo, me da igual, y escuchar La chica de ayer, El sitio de mi recreo o cualquier otra cosa que me transporte a otro tiempo, no muy lejano, en que había muchísima más gente viva que ahora, o por lo menos otra gente más interesante que los quedamos. Siempre se van los mejores y eso me pone triste, porque lo que queda, lo que sobrevive, es una cuidada selección natural de los más adaptados, pero no por ello de los más fuertes. A mi me daba fuerza la depresiva melodía que empezaba... tananana na na na un día cualquiera no sabes que hora es, te acuestas a mi lado sin saber porqué, las calles mojadas te han visto crecer, y tú en tu corazón estás llorando otra vez... un abrazo para todos aquellos que han logrado que me asome a la ventana, es el único momento en que me gustan las esperas.
Grandísimo Antonio Vega, sé de otro que lo diría si estuviese acá.

martes, 31 de marzo de 2009

Tecnología del pasado.

Saqué la microSD y la enganché al USB para meterla en el PC. - Esto es música en mp3, abuelo -, trataba de explicarle mientras la tarjeta de memoria se escurría entre las uñas de sus dedos como se desliza la tristeza entre los labios de una despedida, como se hunde la vida en la balsa del tiempo mientras en la superficie nada pasa. A veces tengo la amarga sensación de que la insustancialidad de la tecnología traiciona el afecto de la vejez, separando generaciones, sesgando conversaciones. Yo recuerdo sentarme a escuchar. Recuerdo saber callar y aprender a diferenciar sin erigirme juez. Enmudecer de manera insconsciente con el ruido de una Mikado, leer la felicidad en tus ojos hablando de aquel balón de fútbol que la Falange, a quien nunca te arrimaste, te regaló. Ese mismo que golpeabas en la plaza de Astorga un día cualquiera de las vacaciones de verano. Bueno, no exactamente un día cualquiera, era un 17 de julio de 1936. Lo sé, porque tú me lo contaste y yo, callado, te supe escuchar. Aquel día una pareja de la Guardia Civil había subido por el Postigo con la Astra modelo 1921, nueve milímetros no del todo enfundados que invitaban a correr a casa despavorido. Aquel balón olvidado, robado, me mostró las sospechas y desconfianzas que un niño de entonces tenía y que no difieren de las que tiene uno de hoy.
Mi abuelo habla, como cualquier otro, de cosas mucho más interesantes que el mp3 y el USB, de cosas que todo el mundo comprende porque están muy por encima de las costumbres de una generación. Son quizás ideologías. La de la vida, el cariño, el trabajo, el esfuerzo. Habla del no matarás y del morir matando. Son quizás las ideologías que la república, el franquismo o la transición no han podido enseñar al pueblo, porque el pueblo ya las conocía. Por ello se han ocupado de enseñar estupideces y deformar acontecimientos, crear necesidades y continuar dividiendo en dos, un país del que salen muchos más. De sembrar la calle de heroes y villanos y clavarlos en las esquinas.
Yo, quiero una placa con el nombre de mi abuelo porque la venganza no se apoderó nunca de él, porque trabajó años para que su nieto pudiera reir cada día y porque lloró a escondidas para que otros se calmasen en su hombro. Porque aunque apenas camina, es el primero en empujar el coche que no arranca, pero sobretodo porque ha sabido ser el puente entre dos orillas que se alejan, y sin obligarme a saltar, me ayuda cada día a elegir el lado del que quiero formar parte. Pegado siempre al transistor y al parte, dudo que necesite de las cuatro mil canciones del mp3 de cuatro gigabytes que seguramente ni siquiera yo escucharé de seguido, nunca. Por eso siempre me acuerdo de los valores que me inculcaste y por eso, no descansaré hasta que entiendas qué es el mp3.

viernes, 20 de marzo de 2009

Una temporada en el infierno

No sé, si realmente la primavera me brindó la risa repugnante del idiota, desde acá no alcanzo a ver si las nubes van o vienen, si se mueven, o son siempre las mismas las que se enroscan a las chimeneas apagadas de la infancia. No tengo muy claro que el sol salga cada día y sin embargo todos se pone, lo sé. Es entonces, con las pupilas dilatadas y los párpados cerrados, cuando salgo en tu busca a algún lugar de la playa, no muy seguro de querer encontrarte.
La brisa se lleva el tiempo que gotea como un reloj de arena, lento, imperturbable, eterno, mientras el suave oleaje trae de nuevo, el mundo del recuerdo y la nostalgia en que me sumerjo con el único oxígeno de aquellos versos que un día me escribiste. Cangrejos, medusas, anémonas o tú, son algunos de los peligros de la playa. Ron, nicotina, o Dylan, algunos de los placebos.
En el horizonte, las luces de los barcos parpadean desacompasadamente con las de los aviones que descienden, se mezclan con el rítmico encendido del faro, y todas se diluyen en las farolas del puerto, a mi espalda, envolviendo la noche con un extraño manto de alegría, del que no me siento partícipe. La luz de la torre vuelve a mi cara y me ciega. Cuanto más trata uno de pasar desapercibido, más increibles son los sucesos que le devuelven al ducho mundo de la urbe. Y sin embargo paseo habitualmente envuelto en esa terrible impersonalidad que me embriaga y detesto por igual. La ciudad es una charca de lodo, un espacio de arenas movedizas que te arrastra hacia el fondo más rápido cuanto más te mueves. Por eso a veces es bueno quedarse quieto, mirar el oxidado hierro de las estructuras inconexas de los parques, es bueno parar, enchufar el mp3 y sentirse ciudadano de un mundo que muy probablamente no sepa que existes. De eso bien puede hablarte el desamparado que utiliza los cajeros como alcobas improvisadas cuando cae la noche; terrible ironía de un universo donde aquellos que roban durante el día acojen en la noche los pobres sueños de un mendigo que descansa apoyado sobre la dura pared en cuyo lado opuesto se amontonan, por doquier, blandos fajos de billetes de cincuenta. De eso bien puede hablarte aquel que vió las luces de la ciudad desde el mar, mientras por estribor se acercaban las patrulleras y a babor la gente saltaba decidida, a un futuro ciertamente incierto. De eso bien puede hablarte, aquel que manchó sus lágrimas con la sangre aún caliente de sus hijos, aquellos que tintarón para siempre su ego con el amargo color de la venganza. ¿Les has escuchado alguna vez? o son también para tí invisibles, como tú lo eres.
La bolsa baja, el paro sube, el petróleo se encarece y matar sale cada día más barato. No compraré jamás un arma, pero mi gobierno se enriquece a costa de su venta. Aquí nadie es racista, pero siguen pensando que le darán el trabajo a la chica del velo islámico, que le ha robado el negro africano, que el marroquí seguro tiene hachis o que yo, que soy el más listo, siempre tengo la razón.

He aquí, el mundo. Bienvenido a otra entrega más de una temporada en el infierno*.

*Obra de Arthur Rimbaud.

Ander.

jueves, 5 de febrero de 2009

El hipotético paso del tiempo

Fue tan rápido que, siento como si siempre lo hubiese visto desde atrás, con esa agonía que vence al perseguidor, que lo debilita a cada paso que corre y avanza, y no llega. Nunca tuve la oportunidad de ponerme delante, de pararlo todo, como aquel estudiante en Tiananmen, alzar la mano y controlar la situación por un instante. Ahora le entiendo, porque quisiese haber sido él, arriesgar, elegir morir envenenado por tu sonrisa, a vivir condenado al amargo sabor a otoño, con que tu ausencia empapela mi cuarto y me condena a vagar entre recuerdos y olvido.
Las sombras continúan subiendo y su paso marca, lento, los segundos. No hay luz al final de las escaleras, incluso posiblemente, ni siquiera hay luz y los peldaños son el reflejo del hipotético paso del tiempo.

domingo, 11 de enero de 2009

Bajo la revolución sinódica


Realmente, el parterre de tierra alquilado en la luna, se le estaba quedando ya pequeño. No servía de mucho la ausencia de gravedad, aunque ayudaba a amontononar recuerdos en aquellos estantes sin baldas, en los que todo flotaba en un aire inerte, brumoso, acompañado de una oscuridad solamente comparable a la que el universo le ofrecía sentado en aquel cráter desde donde veía el atardecer del planeta, mientras él permanecía sumido en la eterna noche. Prendía un cigarro y dibujaba palabras con el humo. Le encantaba ver el cianuro mezclarse con la nada y escribir sobre la mezcla palabras, signos, rasgos. Un día, pintó un corazón con los dedos de los pies, y esperó hasta que la rotación de la tierra hizo aparecer París. Otro día puso "guerra", y el mundo comenzó a girar muy rápido. Luego puso "paz", pero ya era tarde. Cada cosa que hacía, incluso en su lejanía y soledad, creaba unas consecuencias funestas, y eso le sumía en una terrible desdicha, de la que no solo no lograba escapar, sino que cada vez se apoderaba más y más de él. Al cuarto paso del mar Negro cayó fulminado de sueño, deseando no volver a despertar. Al fin y al cabo, todo aquello bien podía ser un simple sueño.

Como se levantan las persianas al amanecer del día, él izaba al alba cada vela, desde el perifoque hasta la cangreja y se sentaba a esperar otro día. Recordaba la luz colarse entre las rendijas y se tumbaba expectante de unos vientos que le llevaran, pues él ya estaba viejo para ir. O quizás no se atrevía. Trepaba ágil entre las redes, deambulaba por cubierta errando entre el desamparo y el olvido. Sentía nostalgia de otros tiempos en que había tripulación y puerto, distantes del hoy en que el vagar quieto de la vida se había convertido en sofocante, tal vez ya asfixiante. Veía la luna cada vez que cabizbajo pisaba la misma huella que había dejado en otra ocasión, y al poco se apoderaba de él la agonía de no atreverse a dar un paso fuera de aquel hueco relieve formado por su propio peso, único testigo de su existencia y a la vez enemigo que le impedía saltarse la sucia pragmática del camino marcado.

Vivía en un barco, sí, y hacía tiempo que buscaba el mar. Sudaba en la noche y se levantaba empapado en lágrimas, deshidratado, siempre con aquel mismo extraño sueño en su cabeza en el que la sombra de un marinero vestido de campesino se mostraba al trasluz de la gavia, dejando ver los afilados dientes de su orca destacar en el puesto de vigía; y entonces gritaba, - ¡Mar a la vista! -. [...]

Tres cuartas partes del planeta que veía cada día eran agua, y sin embargo no había rastro de ella en aquella luna inhóspita en que vivía. Parecía que se hubiese esfumado, como se desvanecieron aquellos labios, aquel día, en aquella estación con gabardinas largas y tacones altos donde el silbido del tren se confundía con una voz femenina que anunciaba su marcha, tren destino a..., y el granizar del olvido que golpeaba las viejas cristaleras del cuarto andén se enredaba con la pasión del beso de una ingenua despedida, va a efectuar su salida en breves momentos... Permaneció algunos instantes más fuera del vestíbulo, muy probablemente fuera también del mundo, y quizás aquello fue lo que le hizo abandonar todo e irse en barco a la luna, para no volver jamás, no prestando atención a aquella voz, de algún modo divina, etérea, que le decía - última llamada -. Ya nunca volvería a la tierra, pero estaba condenado a verla cada día, y esa dualidad le calaba hasta la sangre, le fluía por los huesos, y le inundaba de una gris amargura.

martes, 6 de enero de 2009

El enemigo fabricado

Quizás empiece a ser necesario dejar de ser tan condescendiente con cierto tipo de personas que matan para salvarse, según dicen. Me he encontrado por internet , en una página por la que paso cuando puedo, el blog de Silvia Cattori "écrits politiques", con lo siguiente,

«Llegará un tiempo en que los responsables de los crímenes contra la humanidad que han acompañado el conflicto israelo-palestino y otros conflictos de nuestra época serán llamados a responder ante los tribunales de los hombres o de la historia junto con sus cómplices y todos aquellos que en Occidente han elegido el silencio, la cobardía y el oportunismo».


Quizás ya va siendo hora de abandonar este estado de dejadez, y de que Europa condene las 570 víctimas del pueblo palestino, frente a la tan curiosa muerte del único soldado israelí, hasta el momento. Me pregunto si serán los nuevos Espartanos, pero francamente Olmert no me recuerda a Leónidas, ni en físico ni en inteligencia, y tampoco Gaza lo hace a las Termópilas. Dónde se han escondido ahora, en época de guerra, todos aquellos defensores de la paz, dónde está el premio principe de Asturias Amos Oz, o los artículos de Grossman en El País implorando por la paz en Oriente Medio; o es que también ellos se han disfrazado de militares está vez, confío en que no. Pero ya no vamos a culpar hoy a fulanito y a menganito, presidentes del gobierno de cualquier país, de la unión europea, la ONU o cualquier otra organización de mamarrachos que permiten un holocausto por parte de aquellos que lo recibieron, y que no aprendieron de él sino más que formas de como hacerlo renacer, de como aplicar la fuerza contra quien no puede dar más respuesta que la tinta roja emborronada en su cuerpo, actores en la última película de Hollywood rodada con balas de verdad obsequio de los estudios centrales de la Whitehouse. Hay que ver que Cool queda todo en ingles, incluso el Yes, we can, pero dónde estás ahora marioneta. Los hilos que manejan el mundo deciden quien vive y quien muere. Quien vive, decide la historia y quien la escribe, borra el pasado y libera el olvido. Por eso, hoy en día, siempre ganan los buenos, aunque en este caso, se trate quizás de que sólo podemos elegir entre malos y más malos. Decide tu bando, no pegues un tiro, no dejes títere con cabeza, y al que alce el puño, gritale a la puta cara, - dejad de segar sombras en silencio, ¡nos queda la palabra! -. Hazlo como quieras, pero no te quedes como ellos en silencio, esperando a ver si pasa, a ver si se arregla y todo termina pronto. No te creas lo de los misiles Qassam, es una excusa para cuatro idiotas.

La cuestión no es si se justifica o no el terrorismo, nadie se confunda. La cuestión es, de nuevo, de proporciones. Equiparar los crímenes de Hamas con los del Estado de Israel es como comparar a los judíos partisanos que combatieron la ocupación nazi en Europa con el III Reich. Sencillamente inmoral, y criminal. Condeno por supuesto el lanzamiento de misiles de fabricación casera y alcance limitado contra población civil, porque viola todo el Derecho Internacional Humanitario y la IV Convención de Ginebra. Nadie dice que eso esté bien. Pero que ciertos gobiernos, como el de Israel, Estados Unidos y Canadá, esgrimen eso como justificación de un bombardeo masivo contra una de las zonas más densamente pobladas del mundo, es manipulación, es jugar con el miedo al terrorismo sin sentarse con un whisky y hacer previamente una autocrítica para culpar al resto con mi conciencia tranquila. Según el cartel mediático internacional, los niños, las mujeres y los civiles que vimos tendidos en las calles, o con el cuerpo destrozado, son peligrosos “terroristas islámicos”.
Ahora que pasó la Navidad, ¿por qué somos tan condescendientes con los Herodes de nuestros días?.