domingo, 11 de enero de 2009

Bajo la revolución sinódica


Realmente, el parterre de tierra alquilado en la luna, se le estaba quedando ya pequeño. No servía de mucho la ausencia de gravedad, aunque ayudaba a amontononar recuerdos en aquellos estantes sin baldas, en los que todo flotaba en un aire inerte, brumoso, acompañado de una oscuridad solamente comparable a la que el universo le ofrecía sentado en aquel cráter desde donde veía el atardecer del planeta, mientras él permanecía sumido en la eterna noche. Prendía un cigarro y dibujaba palabras con el humo. Le encantaba ver el cianuro mezclarse con la nada y escribir sobre la mezcla palabras, signos, rasgos. Un día, pintó un corazón con los dedos de los pies, y esperó hasta que la rotación de la tierra hizo aparecer París. Otro día puso "guerra", y el mundo comenzó a girar muy rápido. Luego puso "paz", pero ya era tarde. Cada cosa que hacía, incluso en su lejanía y soledad, creaba unas consecuencias funestas, y eso le sumía en una terrible desdicha, de la que no solo no lograba escapar, sino que cada vez se apoderaba más y más de él. Al cuarto paso del mar Negro cayó fulminado de sueño, deseando no volver a despertar. Al fin y al cabo, todo aquello bien podía ser un simple sueño.

Como se levantan las persianas al amanecer del día, él izaba al alba cada vela, desde el perifoque hasta la cangreja y se sentaba a esperar otro día. Recordaba la luz colarse entre las rendijas y se tumbaba expectante de unos vientos que le llevaran, pues él ya estaba viejo para ir. O quizás no se atrevía. Trepaba ágil entre las redes, deambulaba por cubierta errando entre el desamparo y el olvido. Sentía nostalgia de otros tiempos en que había tripulación y puerto, distantes del hoy en que el vagar quieto de la vida se había convertido en sofocante, tal vez ya asfixiante. Veía la luna cada vez que cabizbajo pisaba la misma huella que había dejado en otra ocasión, y al poco se apoderaba de él la agonía de no atreverse a dar un paso fuera de aquel hueco relieve formado por su propio peso, único testigo de su existencia y a la vez enemigo que le impedía saltarse la sucia pragmática del camino marcado.

Vivía en un barco, sí, y hacía tiempo que buscaba el mar. Sudaba en la noche y se levantaba empapado en lágrimas, deshidratado, siempre con aquel mismo extraño sueño en su cabeza en el que la sombra de un marinero vestido de campesino se mostraba al trasluz de la gavia, dejando ver los afilados dientes de su orca destacar en el puesto de vigía; y entonces gritaba, - ¡Mar a la vista! -. [...]

Tres cuartas partes del planeta que veía cada día eran agua, y sin embargo no había rastro de ella en aquella luna inhóspita en que vivía. Parecía que se hubiese esfumado, como se desvanecieron aquellos labios, aquel día, en aquella estación con gabardinas largas y tacones altos donde el silbido del tren se confundía con una voz femenina que anunciaba su marcha, tren destino a..., y el granizar del olvido que golpeaba las viejas cristaleras del cuarto andén se enredaba con la pasión del beso de una ingenua despedida, va a efectuar su salida en breves momentos... Permaneció algunos instantes más fuera del vestíbulo, muy probablemente fuera también del mundo, y quizás aquello fue lo que le hizo abandonar todo e irse en barco a la luna, para no volver jamás, no prestando atención a aquella voz, de algún modo divina, etérea, que le decía - última llamada -. Ya nunca volvería a la tierra, pero estaba condenado a verla cada día, y esa dualidad le calaba hasta la sangre, le fluía por los huesos, y le inundaba de una gris amargura.

martes, 6 de enero de 2009

El enemigo fabricado

Quizás empiece a ser necesario dejar de ser tan condescendiente con cierto tipo de personas que matan para salvarse, según dicen. Me he encontrado por internet , en una página por la que paso cuando puedo, el blog de Silvia Cattori "écrits politiques", con lo siguiente,

«Llegará un tiempo en que los responsables de los crímenes contra la humanidad que han acompañado el conflicto israelo-palestino y otros conflictos de nuestra época serán llamados a responder ante los tribunales de los hombres o de la historia junto con sus cómplices y todos aquellos que en Occidente han elegido el silencio, la cobardía y el oportunismo».


Quizás ya va siendo hora de abandonar este estado de dejadez, y de que Europa condene las 570 víctimas del pueblo palestino, frente a la tan curiosa muerte del único soldado israelí, hasta el momento. Me pregunto si serán los nuevos Espartanos, pero francamente Olmert no me recuerda a Leónidas, ni en físico ni en inteligencia, y tampoco Gaza lo hace a las Termópilas. Dónde se han escondido ahora, en época de guerra, todos aquellos defensores de la paz, dónde está el premio principe de Asturias Amos Oz, o los artículos de Grossman en El País implorando por la paz en Oriente Medio; o es que también ellos se han disfrazado de militares está vez, confío en que no. Pero ya no vamos a culpar hoy a fulanito y a menganito, presidentes del gobierno de cualquier país, de la unión europea, la ONU o cualquier otra organización de mamarrachos que permiten un holocausto por parte de aquellos que lo recibieron, y que no aprendieron de él sino más que formas de como hacerlo renacer, de como aplicar la fuerza contra quien no puede dar más respuesta que la tinta roja emborronada en su cuerpo, actores en la última película de Hollywood rodada con balas de verdad obsequio de los estudios centrales de la Whitehouse. Hay que ver que Cool queda todo en ingles, incluso el Yes, we can, pero dónde estás ahora marioneta. Los hilos que manejan el mundo deciden quien vive y quien muere. Quien vive, decide la historia y quien la escribe, borra el pasado y libera el olvido. Por eso, hoy en día, siempre ganan los buenos, aunque en este caso, se trate quizás de que sólo podemos elegir entre malos y más malos. Decide tu bando, no pegues un tiro, no dejes títere con cabeza, y al que alce el puño, gritale a la puta cara, - dejad de segar sombras en silencio, ¡nos queda la palabra! -. Hazlo como quieras, pero no te quedes como ellos en silencio, esperando a ver si pasa, a ver si se arregla y todo termina pronto. No te creas lo de los misiles Qassam, es una excusa para cuatro idiotas.

La cuestión no es si se justifica o no el terrorismo, nadie se confunda. La cuestión es, de nuevo, de proporciones. Equiparar los crímenes de Hamas con los del Estado de Israel es como comparar a los judíos partisanos que combatieron la ocupación nazi en Europa con el III Reich. Sencillamente inmoral, y criminal. Condeno por supuesto el lanzamiento de misiles de fabricación casera y alcance limitado contra población civil, porque viola todo el Derecho Internacional Humanitario y la IV Convención de Ginebra. Nadie dice que eso esté bien. Pero que ciertos gobiernos, como el de Israel, Estados Unidos y Canadá, esgrimen eso como justificación de un bombardeo masivo contra una de las zonas más densamente pobladas del mundo, es manipulación, es jugar con el miedo al terrorismo sin sentarse con un whisky y hacer previamente una autocrítica para culpar al resto con mi conciencia tranquila. Según el cartel mediático internacional, los niños, las mujeres y los civiles que vimos tendidos en las calles, o con el cuerpo destrozado, son peligrosos “terroristas islámicos”.
Ahora que pasó la Navidad, ¿por qué somos tan condescendientes con los Herodes de nuestros días?.