sábado, 12 de abril de 2008

Danny Boodmann T.D. Lemon Novecento.

Yo no fui capaz de bajar de este barco, para salvarme me bajé de mi vida. Escalón a escalón. Y cada escalón era un deseo. A cada nuevo paso, un deseo al que decía adiós. No estoy loco, hermano. No estamos locos cuando hemos encontrado el sistema para salvarnos. Somos astutos como animales hambrientos. La locura no tiene nada que ver. Eso es el genio. Es la geometría. Perfección. Los deseos estaban destrozándome el alma. Podía vivirlos, pero no lo conseguí.
Así que entonces los conjuré. (…)
A todas las mujeres del mundo las conjuré tocando una noche entera para una mujer. Al padre que nunca voy a ser lo conjuré contemplando morir a un niño, durante días, sentado a su lado, sin perderme nada de aquel terrible espectáculo hermosísimo, quería ser la última cosa que viera en este mundo, cuadno se marchó, mirándome a los ojos, no fue él quien se marchó, fueron todos los hijos que nunca tendré. Los amigos que deseé los conjuré tocando contigo y para ti aquella noche, en la cara que ponías, en los ojos, los vi, a todos ellos, q mis queridos amigos, cuando te marchaste, se fueron contigo. Dije adiós al milagro cuando vi reír a los hombres que la guerra había destrozado, dije adiós a la rabia cuando vi llenar este barco de dinamita, dije adiós a la música, a mi música, el día que conseguí tocarla toda en una sola nota de un instante, y he dicho adios a la alegría, conjurándola, cuando te he visto entrar aquí. No es locura, hermano. Geometría. Es un trabajo de cincel. He desmontado la infelicidad. He desenhebrado mi vida de mis deseos. Si pudieras recorrer mi camino, los encontrarías uno tras otro, conjurados, inmóviles, detenidos para siempre señalando la ruta de este extraño viaje que a nadie nunca conté, salvo a ti.

Alessandro Baricco, Novencento. La leyenda del pianista en el océano.

Wim Mertens - 4mains