miércoles, 28 de octubre de 2009

Amanecía borracho, jugando frente al mar a contar los segundos que el viento tardaba en consumir los cigarros del recuerdo. Miraba al frente, a África dónde se imaginaba en una vida más tranquila, quizás más pendiente de ayudar a un amigo a terminar el tejado de ramas secas de su casa que de realizar aquel estudio microsocial que de poco iba a servir al mundo en general y a él en particular - Influencia en el municipio de Abona de la diferencia horaria respecto a la península -. El temita se las traía en cuanto a lo absurdo e inútil del título así como en la irrelevancia de semejante estudio, pero lo que realmente le frustraba era el relleno de hojas que necesitaría para justificar un - Ninguna -, obvio desde el principio. Aunque en realidad no era eso lo que más le inquietaba cuando llegaba el alba y el mar se volvía magenta, violeta, burdeos, celeste y el cielo daba vida a los primeros rastros de aviones sin destino capaces de romper la monotoneidad de cualquier sólida mañana despejada. Se apoderaba de la sutil levedad de las nubes y absorbía su deseo de moverse, de no estar quieto, de no tener destino, cambiar de dirección y volver, o correr y alejarse para siempre llorando o arrasando todo a su paso, pero alejarse al fin y al cabo, fundido con los vientos para seguir vivo o al menos, morir lejos. Eso le aterraba, morir lejos y solo después de haber recorrido el mundo de norte a sur, no para buscar a alguien, sino para olvidarlo, para olvidarla. El miedo a morir vencido por el proyecto de una vida que ya no dejaba tiempo para enderezarse. Quemaba el sol con el fuego del mechero mientras con un ojo cerrado y otro abierto, prendía unos cinco minutos más de combustión existencial. El gas se perdía ardiendo los deseos y sentía como la brisa traía el olor a nada que tiene la mañana, lejos del perfume de la noche, profundamente contaminado por los sucesos del día. Al final pasaba muchos domingos madrugando, levantándose a las seis a beber un whisky doble e ir a sentarse a la playa a fumarse unos poemas y esnifar unas canciones. Era una vida sana, al menos culturalmente hablando.

4 comentarios:

Joseph Cartaphilus dijo...

Morir lejos....

Había un documental sobre la tripulación de un barco cubano amarrado en bilbao a los que su armador había dejado tirados y que no tenían recursos para volver.

Uno de ellos murió mientras esperaban. El capitán del barco dio un responso y dijo una frase que me gustó mucho y que me ha recordado a lo que escribes.

Que pena da morir en Bilbao soñando en la Habana.

Abel dijo...

Nunca estamos todo lo lejos que tememos, o casi nunca.

Ese casi sólo ocurre cuando los que están en puerto se olvidan de los que no están sentados en la silla que forman todos los segundos, pero si de algunas horas y muchos minutos.

Con eso, con esa diminuta gota de nosotros con ellos, sabemos que no estamos lejos.

Un abrazo amigo

Pimienta dijo...

http://pelapapas.com.mx/htmls/animacion-arena-2.html

mira.

Amio Cajander dijo...

gracias por el consejo fotográfico... algo ha mejorado la cosa ;-)