Sólo había ido a sacar unas fotografías, buscaba el contraluz de una báscula de metal oxidado encuadrada entre los cristales rotos por la soledad definitiva. Salté por la ventana y dentro de la caseta, tristemente custodiado por la inmundicia del olvido y las cenizas de la decadencia, topé con dos vetustas agujas de palanca. Vías cinco y once. Lado Palazuelo. Lado Astorga. Vapor sosegado, silbidos adormilados, despedidas disfrazadas. Perenne encanto de la derrota; no hay ya tren que esperar, pero subo a otro vagón, el del tiempo.
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