viernes, 2 de noviembre de 2007

Cuando sopla el viento de los Alpes.



El viento golpea la ciudad de Genéve procedente de los Alpes, destino, los montes del Jura, atravesando el lago Lemán y dejando a sus pies, mis pies congelados. Me bajo del bus que viene directamente de la planta del CERN de Meyran y desemboca en Cornavin, la estación situada en el corazón septemtrional de la ciudad suiza, donde se saludan cada segundo trams, buses y cercanias, donde el calor de castañas asadas te recibe con el conito de papel periódico listo para caminar a tu lado. Al fondo, la ciudad vieja; sólo tengo que cruzar por el primer puente sobre el Ródano, justo al lado de su nacimiento, justo al lado del Lago, donde el viento es el verdadero justiciero de la tarde. Continúo mi emigración cigüeñal hacia callejuelas más tranquilas y me adentro, mezclandome con ginebreses, en el casco antiguo de la ciudad, lugar de residencia de muchos intelectulales a lo largo de distintas épocas. La primera sorpresa queda a mi izquierda, la casa de Jean-Jacques Rousseau, el gran filósofo desterrado de la ciudad, al que ahora se le honra; cómo cambian los tiempos para aquél, perseguido a la vez por la ciudad que le vio nacer y por el intelectual con el que coexistió, Voltaire, nativo de Ferney, pueblecito francés a unos 15 km de Genéva. Así continuamos circulando entre casas de personajes célebres, entre las historias de la reforma católica realizada por Jean Calvino allá a mediados del S.XVI en esta ciudad, cuya herencia hoy está presente hasta el punto de ser conocida como la " Roma protestante ". Y seguimos, seguiríamos horas y horas hablando, pero el paso por la casa de uno de los magníficos, nos detiene de nuevo. Se trata esta vez de Borges, nacido en Buenos Aires y muerto en el año 1986 aquí, en el Nº28 de la Gran Rue, donde una placa de piedra lee sobre mis orejas rojas: "De todas las ciudades del planeta, de las diversas e íntimas patrias que un hombre va buscando y mereciendo en el discurso de los viajes, Ginebra me parece la más propicia a la felicidad."
Y sus breves versos calmaron la ira del viento por unos segundos, una vez más, calmaron la ira del viento que agita mi cabeza y me hicieron, para siempre ya, vagamente cómplice de esa ciudad tan extraña fundada por los Romanos...
EL CÓMPLICE (Jorge Luis Borges)
Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos.
Me tienden la copa y yo debo ser la cicuta.
Me engañan y yo debo ser la mentira.
Me incendian y yo debo ser el infierno.
Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo.
Mi alimento es todas las cosas.
El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo.
Debo justificar lo que me hiere.
Soy el poeta.




3 comentarios:

El Códice dijo...

Curioso lo de Borges, por alguna razón no me lo imaginaba en Ginebra. Bueno ni en ningún lugar no hispano parlante. Cuestión de tópicos supongo.

Sé bueno.

Pimienta dijo...

bixoooo
cómo fue ese viaje? genial,no?
me alegro
ya veo que te empapaste de vida

:)



tout bien enfant?
bs

Anónimo dijo...

Interesante visión de la ciudad que me da cobijo! que me nutre, me enseña, alegra, desespera y alberga.

Me alegra que te gustara! a pesar del frio y del gris