
No me acompañes al embarque
para no mezclar nuestros ojos tristes,
con el alboroto de mochilas en el escaner,
y la frialdad de un detector de mentiras,
que en mis manos descubriría
dónde exactamente escondes
tus crueles artimañas,
con que trituras mi pecho cuando te marchas,
cuando me voy allá, y te quedas acá,
envuelta entre zapatos negros,
entre almas despistadas y patéticos
equipajes de mano
llenos de todo, vacíos de tí.
No se si montar en el avión que te deja,
o aterrizar de nuevo entre tus brazos,
un viernes cualquiera, en una ciudad secreta,
dónde me esperarás para que te coja,
y seas tú, quien vuele
trazando círculos ante la perpleja mirada
del hombre que sostiene un cartel,
con el nombre, de alguien
que no conoce,
a quien espera,
envuelto él también en nuestras risas,
arrollado por el poder con que tus besos,
atrapan inconscientemente
en la espiral que dibujan tus pies,
que como un remolino me traga,
y me lleva, para siempre,
al país donde la única moneda,
son tus palabras,
que se cambian por sonrisas,
que compran sueños,
que venden besos
y regalan billetes de avión,
aeropuertos,
y ciudades para vernos.