Hay instantes que cambian una vida, y K acababa de asistir a uno de ellos aunque no fuese consciente de ello. Los titulares se empapan de noticias de asesinatos, accidentes de tráfico, infortunios causados por la mano del hombre o por la aún más poderosa de la naturaleza, incendios entre los que arden vidas y otras muchas circunstancias negativas. Entremezcladas podemos encontrar también sus antítesis, nacimientos in extremis, niños que sobreviven horas en contenedores, reencuentros, supervivientes y también por supuesto, los felices ganadores de macropremios de lotería. Es asombroso como unos segundos, como una decisión improvisada de última hora o simplemente, como el destino juega a su antojo con las vidas. Siempre le había parecido abismal la diferencia de sentimientos que se entrecruzan en los ascensores de los hospitales, el joven que sube a maternidad al tiempo que alguien pulsa el botón de la planta de enfermos terminales. El mismo lugar, el mismo instante, y tan diferentes sensaciones encontradas en un puñado de metros cuadrados. Dicen que el hombre es un laberinto de sí mismo, lo es sin duda, pero también tenía razón Ortega y Gasset cuando dijo aquello de yo soy yo y mi circunstancia. Y que tan diferentes eran las circunstancias de aquellas dos personas del hospital, pensaba K.
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