Cuando aquel hombre uniformado le describió bajo la lluvia el cometido de la misión, sólo pudo cerrar los ojos, tomar aire y ver pasar en un instante todo cuanto pudo recordar había ocurrido en su vida, porque sintió que aquello era de algún modo el final de ella y como si cayese al vacío arrojado desde el fin del mundo pero viendo siempre a este bajo sus pies esperándo para aniquilarlo, trató de amarrarse a los recuerdos pero se deslizó sobre ellos y continuó desplomándose sintiendo como el miedo le rozaba la piel y el desaliento ocupaba por completo el espacio que el aire dejaba libre en sus pulmones mientras él se desinflaba invadido por el silencio del terror y de la duda[...].
Desobedecer aquella orden, sabía que significaría su expulsión irrevocable del ejercito, ser tratado como un desertor y poner en tela de juicio su patriotismo, lo cual era en su país algo mucho peor que la muerte en combate, siempre llena de medallas y banderas, de flores y de himnos, de desconsoladas madres apoyando a otras que ahora habían dejado también de serlo. Guionistas de argutorio lanzando al aire sus consignas de “que pena, con lo joven que era” o “que injusto, siempre se van los mejores” o “pobre familia, no se si se recuperarán, tiene que pasar el tiempo”. “El tiempo”, Negra mentira oculta tras el duelo, cínico amparo que invade al desconsuelo...
El tiempo no cura, es sólo es una goma de borrar, la herramienta que el olvido usa para ocultar las marcas del pasado.
Obedecerla, trataba de convencerse, era condenarse a recordarla cada día. Obedecerla significaba formar parte de ella el resto de su vida.
Obedecerla, trataba de convencerse, era condenarse a recordarla cada día. Obedecerla significaba formar parte de ella el resto de su vida.