Fue tan rápido que, siento como si siempre lo hubiese visto desde atrás, con esa agonía que vence al perseguidor, que lo debilita a cada paso que corre y avanza, y no llega. Nunca tuve la oportunidad de ponerme delante, de pararlo todo, como aquel estudiante en Tiananmen, alzar la mano y controlar la situación por un instante. Ahora le entiendo, porque quisiese haber sido él, arriesgar, elegir morir envenenado por tu sonrisa, a vivir condenado al amargo sabor a otoño, con que tu ausencia empapela mi cuarto y me condena a vagar entre recuerdos y olvido.
Las sombras continúan subiendo y su paso marca, lento, los segundos. No hay luz al final de las escaleras, incluso posiblemente, ni siquiera hay luz y los peldaños son el reflejo del hipotético paso del tiempo.