miércoles, 28 de octubre de 2009
jueves, 3 de septiembre de 2009
Bienvenido al reino de los cielos...
miércoles, 29 de julio de 2009
Just only music...
miércoles, 8 de julio de 2009
jueves, 11 de junio de 2009
Podría empezar también así
Obedecerla, trataba de convencerse, era condenarse a recordarla cada día. Obedecerla significaba formar parte de ella el resto de su vida.
lunes, 18 de mayo de 2009
Había logrado llegar a dedo al pueblo y aún le quedaban unos cuatro kilómetros de subida. La fina lluvia no molestaba, pero las gotas se iban acumulando en las gafas y deslizaban por su mejilla disfrazadas de lágrimas, buscando el suelo para perderse en el asfalto empapado. La campiña era pura primavera y doblar cada rampa era ofrecer a los ojos alfombras verdes infinitas, interrumpidas por filas desordenadas de troncos ocultos bajo tupidas matas de ramas colgantes, parterres divididos por hileras de rocas de una cantera cercana (ahora ya casi olvidada) y algunos tejados de pizarra. A mi espalda siempre, el Danubio.
La pared de piedra, asomaba al frente como la muralla de un castillo, fría e imponente, inquebrantable por el paso del tiempo y, absorviendo todos los rayos de luz, envuelta en un ligera oscuridad, como flotando sobre una de esas bajas nieblas londinenses. La entrada se veía, tal como la recordaba de aquella foto que le había llevado hasta allá, dos torres de roca a cada lado no muy altas, bastante anchas y cuadradas, unidas entre sí por una balconada. Formaba el conjunto una “H” con la puerta en el centro completamente blindada, sellada entre las dos torres, cada una de ellas con cristaleras en la parte superior cubriendo todo el contorno y permitiendo controlar lo que ocurría en cualquier dirección. Un tejadito metálico que de algún modo recordaban a una estructura oriental, las cerraba. Quizás no sólo el símbolo fue extraído de esta cultura.
El haber llegado temprano me permite verlo lejos de la avalancha de turistas morbosos, que van directos a la cámara de gas y los crematorios, tomán la foto, y se van. El silencio inunda los barracones a ambos lados del amplio pavimento central, y se pierde al final herido por cinco lineas de hierros herrumbrosos y afilados. Arrest-Gebäude, ciclón B y ladrillos de cerámica. El calor se pega al cuerpo como el plástico quemado a la piel. 1230, judío, 2435, homosexual, 4123 republicano. La verdad es siempre cruel aunque estés preparado para ella. Wilhelm Schulz, Poland, 1906-1941. Miguel Alcubierre, 4218, muerto en 24-3-1941 , de su hijo José, 4100. Muchos murieron defendiendo sus ideas, otros no pudieron tan siquiera defenderlas. A ambos.
Mauthausen (mayo 09)
martes, 12 de mayo de 2009
Sin ganas de escribir...
martes, 31 de marzo de 2009
Tecnología del pasado.
Mi abuelo habla, como cualquier otro, de cosas mucho más interesantes que el mp3 y el USB, de cosas que todo el mundo comprende porque están muy por encima de las costumbres de una generación. Son quizás ideologías. La de la vida, el cariño, el trabajo, el esfuerzo. Habla del no matarás y del morir matando. Son quizás las ideologías que la república, el franquismo o la transición no han podido enseñar al pueblo, porque el pueblo ya las conocía. Por ello se han ocupado de enseñar estupideces y deformar acontecimientos, crear necesidades y continuar dividiendo en dos, un país del que salen muchos más. De sembrar la calle de heroes y villanos y clavarlos en las esquinas.
Yo, quiero una placa con el nombre de mi abuelo porque la venganza no se apoderó nunca de él, porque trabajó años para que su nieto pudiera reir cada día y porque lloró a escondidas para que otros se calmasen en su hombro. Porque aunque apenas camina, es el primero en empujar el coche que no arranca, pero sobretodo porque ha sabido ser el puente entre dos orillas que se alejan, y sin obligarme a saltar, me ayuda cada día a elegir el lado del que quiero formar parte. Pegado siempre al transistor y al parte, dudo que necesite de las cuatro mil canciones del mp3 de cuatro gigabytes que seguramente ni siquiera yo escucharé de seguido, nunca. Por eso siempre me acuerdo de los valores que me inculcaste y por eso, no descansaré hasta que entiendas qué es el mp3.
viernes, 20 de marzo de 2009
Una temporada en el infierno
La brisa se lleva el tiempo que gotea como un reloj de arena, lento, imperturbable, eterno, mientras el suave oleaje trae de nuevo, el mundo del recuerdo y la nostalgia en que me sumerjo con el único oxígeno de aquellos versos que un día me escribiste. Cangrejos, medusas, anémonas o tú, son algunos de los peligros de la playa. Ron, nicotina, o Dylan, algunos de los placebos.
En el horizonte, las luces de los barcos parpadean desacompasadamente con las de los aviones que descienden, se mezclan con el rítmico encendido del faro, y todas se diluyen en las farolas del puerto, a mi espalda, envolviendo la noche con un extraño manto de alegría, del que no me siento partícipe. La luz de la torre vuelve a mi cara y me ciega. Cuanto más trata uno de pasar desapercibido, más increibles son los sucesos que le devuelven al ducho mundo de la urbe. Y sin embargo paseo habitualmente envuelto en esa terrible impersonalidad que me embriaga y detesto por igual. La ciudad es una charca de lodo, un espacio de arenas movedizas que te arrastra hacia el fondo más rápido cuanto más te mueves. Por eso a veces es bueno quedarse quieto, mirar el oxidado hierro de las estructuras inconexas de los parques, es bueno parar, enchufar el mp3 y sentirse ciudadano de un mundo que muy probablamente no sepa que existes. De eso bien puede hablarte el desamparado que utiliza los cajeros como alcobas improvisadas cuando cae la noche; terrible ironía de un universo donde aquellos que roban durante el día acojen en la noche los pobres sueños de un mendigo que descansa apoyado sobre la dura pared en cuyo lado opuesto se amontonan, por doquier, blandos fajos de billetes de cincuenta. De eso bien puede hablarte aquel que vió las luces de la ciudad desde el mar, mientras por estribor se acercaban las patrulleras y a babor la gente saltaba decidida, a un futuro ciertamente incierto. De eso bien puede hablarte, aquel que manchó sus lágrimas con la sangre aún caliente de sus hijos, aquellos que tintarón para siempre su ego con el amargo color de la venganza. ¿Les has escuchado alguna vez? o son también para tí invisibles, como tú lo eres.
La bolsa baja, el paro sube, el petróleo se encarece y matar sale cada día más barato. No compraré jamás un arma, pero mi gobierno se enriquece a costa de su venta. Aquí nadie es racista, pero siguen pensando que le darán el trabajo a la chica del velo islámico, que le ha robado el negro africano, que el marroquí seguro tiene hachis o que yo, que soy el más listo, siempre tengo la razón.
He aquí, el mundo. Bienvenido a otra entrega más de una temporada en el infierno*.
*Obra de Arthur Rimbaud.
Ander.
jueves, 5 de febrero de 2009
El hipotético paso del tiempo
domingo, 11 de enero de 2009
Bajo la revolución sinódica
Como se levantan las persianas al amanecer del día, él izaba al alba cada vela, desde el perifoque hasta la cangreja y se sentaba a esperar otro día. Recordaba la luz colarse entre las rendijas y se tumbaba expectante de unos vientos que le llevaran, pues él ya estaba viejo para ir. O quizás no se atrevía. Trepaba ágil entre las redes, deambulaba por cubierta errando entre el desamparo y el olvido. Sentía nostalgia de otros tiempos en que había tripulación y puerto, distantes del hoy en que el vagar quieto de la vida se había convertido en sofocante, tal vez ya asfixiante. Veía la luna cada vez que cabizbajo pisaba la misma huella que había dejado en otra ocasión, y al poco se apoderaba de él la agonía de no atreverse a dar un paso fuera de aquel hueco relieve formado por su propio peso, único testigo de su existencia y a la vez enemigo que le impedía saltarse la sucia pragmática del camino marcado.
Vivía en un barco, sí, y hacía tiempo que buscaba el mar. Sudaba en la noche y se levantaba empapado en lágrimas, deshidratado, siempre con aquel mismo extraño sueño en su cabeza en el que la sombra de un marinero vestido de campesino se mostraba al trasluz de la gavia, dejando ver los afilados dientes de su orca destacar en el puesto de vigía; y entonces gritaba, - ¡Mar a la vista! -. [...]
Tres cuartas partes del planeta que veía cada día eran agua, y sin embargo no había rastro de ella en aquella luna inhóspita en que vivía. Parecía que se hubiese esfumado, como se desvanecieron aquellos labios, aquel día, en aquella estación con gabardinas largas y tacones altos donde el silbido del tren se confundía con una voz femenina que anunciaba su marcha, tren destino a..., y el granizar del olvido que golpeaba las viejas cristaleras del cuarto andén se enredaba con la pasión del beso de una ingenua despedida, va a efectuar su salida en breves momentos... Permaneció algunos instantes más fuera del vestíbulo, muy probablemente fuera también del mundo, y quizás aquello fue lo que le hizo abandonar todo e irse en barco a la luna, para no volver jamás, no prestando atención a aquella voz, de algún modo divina, etérea, que le decía - última llamada -. Ya nunca volvería a la tierra, pero estaba condenado a verla cada día, y esa dualidad le calaba hasta la sangre, le fluía por los huesos, y le inundaba de una gris amargura.
martes, 6 de enero de 2009
El enemigo fabricado
«Llegará un tiempo en que los responsables de los crímenes contra la humanidad que han acompañado el conflicto israelo-palestino y otros conflictos de nuestra época serán llamados a responder ante los tribunales de los hombres o de la historia junto con sus cómplices y todos aquellos que en Occidente han elegido el silencio, la cobardía y el oportunismo».
La cuestión no es si se justifica o no el terrorismo, nadie se confunda. La cuestión es, de nuevo, de proporciones. Equiparar los crímenes de Hamas con los del Estado de Israel es como comparar a los judíos partisanos que combatieron la ocupación nazi en Europa con el III Reich. Sencillamente inmoral, y criminal. Condeno por supuesto el lanzamiento de misiles de fabricación casera y alcance limitado contra población civil, porque viola todo el Derecho Internacional Humanitario y la IV Convención de Ginebra. Nadie dice que eso esté bien. Pero que ciertos gobiernos, como el de Israel, Estados Unidos y Canadá, esgrimen eso como justificación de un bombardeo masivo contra una de las zonas más densamente pobladas del mundo, es manipulación, es jugar con el miedo al terrorismo sin sentarse con un whisky y hacer previamente una autocrítica para culpar al resto con mi conciencia tranquila. Según el cartel mediático internacional, los niños, las mujeres y los civiles que vimos tendidos en las calles, o con el cuerpo destrozado, son peligrosos “terroristas islámicos”.
Ahora que pasó la Navidad, ¿por qué somos tan condescendientes con los Herodes de nuestros días?.